jueves, 8 de marzo de 2012

Heridas

Observó como una gota de sangre corría por su brazo. Era solo un rasguño, hecho por las prisas al subir las escaleras, para encerrarse cuanto antes en su habitación, ese único lugar en el que podía sentirse a salvo. 


No, ella no pensaba en la herida de su brazo, pensaba en otra, mucho más profunda. Una que creía cerrada mucho tiempo atrás, y que hubiese dado lo que fuese por que no volviese a abrirse. 
Mientras curaba su arañazo pensaba en lo distintas que podían ser las heridas. La física sabía que no duraría mucho, pero la otra... Se daba cuenta de lo mucho que le dolía, y que tardaría en sanar mucho más de lo que había imaginado. No creía que fuese tan malo, algún día acabaría cerrándose. 
O al menos eso había creído siempre... Hasta esa noche. 
Hasta que él había reabierto esa brecha en su alma. No se daba cuenta de cuánto daño le había hecho, no se imaginaba lo herida y traicionada que ella se sentía. 
La estabilidad había llegado con el tiempo, y con el tiempo, ella bajó sus defensas. No pensó que el peligro podría no haber pasado, y que él aún podía herirla de ese modo.
Había dejado atrás ese muro que tanto le costó construir, que, aunque a veces parecía de papel, la defendía. Se había creído a salvo entre sus brazos. 
Ese había sido su error. Y ahora lo iba a pagar caro.

Apenas habían pasado apenas unas horas, pero su visión de él había cambiado. No podía verlo igual. Antes moría por sentir el roce de su piel, por descansar en su abrazo. Ahora solo sentía el deseo de correr, de alejarse de él, y del mundo, de esconderse.
Hubiese dado lo que fuese por volver atrás, por borrar las últimas horas, esas que amenazaban con acabar con la felicidad que tanto le había costado conseguir.

Con la mirada clavada en la ventana, no podía dejar de sentir esa herida y se preguntaba cuánto costaría cerrarla esta vez, deseando que el precio a pagar no fuese tan alto como temía.