Mira hacia delante, concentrada en la pantalla del ordenador, observando a ratos el teclado, sin saber aún qué ni cómo escribirlo.
Da igual las horas que llevase tratando de poner orden en sus pensamientos, no importa que hubiese pasado las 24 horas anteriores a ese momento tratando de separar ideas, de pensar racionalmente.
Sus sentimientos se rebelan, no se atienen a razones, no entienden de lógica.
Cada vez más se da cuenta de lo mucho que significa una ausencia, aunque sigue sin entenderlo.
Tampoco entiende cómo una palabra, o la falta de ésta, puede significar tanto.
Y, por un segundo, parece que va a teclear algo, pero tras tres letras, y alguna que otra vacilación, borra lo que ha escrito.
Todo se ha complicado tanto, con lo fácil que ha sido, con lo fácil que debería ser... Pero se equivoca, y ella misma lo sabe, no es fácil, nunca lo ha sido.
Sus pensamientos siguen vagando libres, indomables, provocando un daño inevitable, un daño que sabe sanará, aunque ahora duela. Las dudas la consumen, no sabe realmente en que punto se encuentra, si está sobre actuando, si la situación que ella ve solo es fruto de su imaginación.
O quizá realmente todo no es como ella ha creído hasta ahora.
Aún sin saber cómo comenzar, oye un ruido y se gira. Es él, apoyado en el marco de la puerta que la observa. Sus miradas se cruzan. Pero no, esta vez no encuentra en su mirada la solución que busca.
